Esta columna es la primera colaboración oficial de Paula Guanina, colombiana🇨🇴 exiliada en Italia. A Paula la conocimos en una inquebrantable lucha en contra de la violencia machista al interior de un partido de izquierda colombiano; su voz habla desde el conocimiento y la experiencia política.
Pueden escuchar aquí cómo llegó a redactar esta columna y qué reflexiones adicionales le atraviesa este momento electoral⬇:

Kamala Harris fue la apuesta vicepresidencial para el partido demócrata de Estados Unidos, la fórmula que la opinión pública necesitaba para un candidato como Joe Biden ya que reúne tres de las opresiones que más mueven hoy la agenda pública internacional: es mujer, negra y, además, hija de migrantes. También es una abogada con basta trayectoria procesando casos de agresión sexual infantil en el condado de Alameda, Estados Unidos, donde fue fiscal general por dos periodos consecutivos.
Harris se dio a conocer públicamente por ser una fuerte rival de Biden cuando se discutía internamente quién debía ser la siguiente apuesta presidencial del partido demócrata. Ella, entre diez candidatos, demostró su preparación, además de ser la que mejor aceptación obtuvo en medios de comunicación luego del enfrentamiento con Biden, donde expuso su clara postura en defensa de los derechos de los negros, negras y migrantes en Estados Unidos. Finalmente, el partido demócrata decidió y Joe Biden se presentó ante el mundo como el candidato que se opondría al segundo periodo del pésimo gobierno Trump.
Hasta aquí, todo bien con Kamala; sin embargo, y para tristeza de quienes manifiestan que Kamala es una victoria para el feminismo, muchas preguntas se abren en torno a su participación en el American Israel Public Affairs Committee (AIPAC), un lobby político que en realidad es un comité de presión estadounidense que ejecuta y lidera funciones para estrechar lazos entre Israel y Estados Unidos, país que, no sobra recordar, niega la existencia del pueblo palestino.
La negación de Palestina como Estado ha llevado a una guerra permanente en este territorio que ha sometido a las mujeres palestinas a todo tipo de crímenes en el marco de la guerra internacional pues ellas constituyen el 50% de víctimas en casos de asesinato en su país, de acuerdo la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA). Además, las mujeres palestinas son también víctimas de violación y mutilación, esto sin contar con los factores culturales, religiosos y jurídicos propios que tienen que ver con que la vida sea insostenible para la población femenina de Palestina.
En segunda instancia, y no por esto menos preocupante, desconcierta la postura de la vicepresidenta electa frente a la política de género cuando se le pregunta sobre los casos de acoso sexual por los que se le acusa a su aliado político Joe Bien. Si bien ella no tiene por qué responder o dar explicaciones por estos casos, es confuso cómo se crea una alianza política para la presidencia del país más poderoso del mundo con un acosador sexual ¿es este el costo que nos hacen pagar a las mujeres por acceder a un mínimo espacio de representación y/o participación en la política partidista mundial? ¿aceptar y no evidenciar públicamente los abusos de poder que existen por parte de quienes mantienen los estados de opresión?
La movida político partidaria no se distingue de los demás espacios que históricamente han censurado nuestro nombre, nuestra cara y nuestro trabajo político: ver a Kamala Harris en esta candidatura no habla ni más ni mejor acerca de nuestras luchas.
Ya es hora de que dejen de hacer de nuestra opresión la cara visible y la bandera de su estructura político patriarcal. Las mujeres tenemos voz, agencia y responsabilidad en nuestras elecciones políticas: no somos la cuota de inclusión de partidos o movimientos que toman decisiones en contra nuestra para limpiar su nombre de la violencia que ejercen.
-Paula Guanina.
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