La marcha denominada «Ni una menos» es organizada por el movimiento feminista desde el 2015 para protestar en contra del feminicidio. En su primera versión, más de 80 ciudades argentinas se movilizaron.

En medio de una profunda crisis económica, la tensión del año electoral y a pocos días de haber presentado nuevamente el proyecto de ley que permite la interrupción voluntaria del embarazo, en distintos puntos del país, las mujeres volvemos a marchar. Recordando que en Argentina muere una mujer cada 32 horas y que desde el primer Ni Una menos las cifras van en aumento. Fiel a la historia política y social de movilización Argentina, las mujeres ocupamos el espacio público, paramos el tráfico, y volvemos imposibles los días de marcha, porque ahí está la cuestión, poner en agenda nuestros reclamos y que el Estado se ocupe de una buena vez de lo que exigimos.
La movilización inició en el congreso avanzando a Plaza de Mayo. La emblemática plaza que ha refugiado grandes consignas y luchas populares argentinas. Hace algunos años recibe también pedidos de políticas que impidan que las mujeres, niñas y adolescentes sigan muriendo de forma violenta. A las 17 horas, el congreso tenía sus calles laterales repletas de filas organizadas y listas para marchar. Carteles con frases como: “nos mueve el deseo”, “vivas nos queremos” y “en mi cuerpo decido yo” aparecían entre la multitud. Una intervención tenía zapatos de distintos estilos pintados de color lila, vasos del mismo color con una cruz amarilla y una foto de una mujer con su nombre y la forma en la que había muerto, delante de todo, un cartel negro con letras grandes blancas que decía: “estoy acá por vos”.

Desde el primer Ni Una Menos, siempre quise marchar con mi nena que hoy justamente tiene 4 años. Olivia me preguntó todo, por qué había fotos de mujeres, por qué había música, para qué se marchaba, qué decían los carteles, pero sobre todo por qué nos atamos un pañuelo verde al cuello. El Pañuelo verde, al igual que en Colombia, simboliza la lucha por el derecho al aborto pero más que eso, significa el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, nuestros deseos, nuestra economía y por supuesto sobre el rumbo que tomará nuestra vida. Y exactamente eso le respondí: “nos ponemos el pañuelo verde, para que vos puedas tomar decisiones de verdad”
Inicialmente caminamos con el colectivo de mujeres originarias, el colorido de las wiphalas y la música de los sikus visibilizaban su presencia singular y necesaria en esta lucha transversal de resistencia. Mujeres obreras, fabriqueras, actrices, trabajadoras de la salud, mujeres audiovisuales, trabajadoras sexuales y seguramente desempleadas; el tema laboral estaba muy presente, y no puede ser de otra forma, las mujeres venimos peleando el cupo laboral y nuestro deseo de ocupar lugares que tradicionalmente son ocupados por hombres, pero pese a todo, las mujeres que estaban fotografiando la marcha eran pocas y quieres estaban con drones y grandes equipos de producción audiovisual eran hombres. No todos obviamente, pero sí un alto porcentaje. Necesitamos trabajar, porque para nosotras esto se traduce en independencia y esto también nos permite salir de círculos de violencia. Como decía el pasacalle del colectivo Ni Una Menos: “Vivas y desendeudadas nos queremos” porque mientras un conjunto de hombres con corbata toman decisiones por nuestro futuro, nosotras no llegamos a fin de mes, las profesionales somos precarizadas o trabajamos de algo que no nos gusta y algunas madres no consiguen trabajo porque quizá el pibe se enferma y tienen que faltar.

La marcha estuvo bastante descongestionada en comparación a otras de las que he participado. Hacía frío, había humo del choripan y los patys a la parrilla. Al llegar a la plaza de mayo Oli ya estaba cansada, las 13 cuadras pueden ser mucho para una nena que recién se inicia en el mundo de la movilización, pero estoy convencida del valor de aprender a luchar, sobre todo siendo inmigrante y viniendo de un país en el que se ha estigmatizado tanto la lucha social.
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